Sangre de Amor
Se sentó junto de su tornamesa. El mismo disco perfectamente
cuidado. “lo esencial de Beethoven” se leía en la portada. Sabía exactamente lo
que quería escuchar, sabía exactamente donde encontrarlo, lado B, Tercera
pista. Sonata de claro de luna. Las notas eran suaves, un solo de piano. Y las
notas recordaba la soledad, las ideas nocturnas que rondan en la noche, la desesperación
de buscar y no encontrar, de estar siempre igual. Se sirvió un vaso de buen coñac,
y apoyó sus pies sobre el talón derecho.
Estaba decidido. No había marcha atrás. Le dio un sorbo a su
licor tras un largo suspiro volteó a la pared de enfrente. Sobre la chimenea
colgaba un cuadro. Todo el salón estaba elegantemente adornado, tapizado con
terciopelo rojo sangre, sangre viva, profunda, no sangre sucia de las arterias.
Si no; sangre profunda con olor a alma. A pasión. Volteó al cuadro de nuevo y
sonrió sarcásticamente.
“Sangre de amor” dijo entre dientes para sus adentros.
Sorbió un poco de coñac, del mejor, y se relajo más en su sillón, frente de la chimenea.
Se sumió más en sus pensamientos cuando la música llego a su fin. Comenzaba el
himno a la alegría. “no no no” se levanto diciendo “ no esta noche, no hoy”. Y
con la experiencia de poner la misma pieza durante años, regresó la aguja al
momento justo donde empezaba la sonata.
Se levanto y apoyó su vaso sobre una mesa cercana, volteó al
cuadro y le dijo “sabes que no tenía que ser así. Sabias que esto pasaría si me
traicionabas y sin embargo…” Dirigió su mirada al vaso viéndolo desdé arriba,
sometiendo la ira que se le amontonaba en la garganta, una ira que apenas podía
controlar. Respiró hondo y paseo sus dedos sobre la superficie del escritorio.
Apretó la mirada como recordando un minúsculo detalle. Se volvió hacia la puerta
del estudio. Su mirada se perdió en la puerta doble de caoba y se abrió con
sorpresa y espanto.
“¿Lo sabías verdad?” dijo volviéndose al cuadro “lo supiste
desdé antes que yo…”. Daba vueltas por el cuarto, sin atinar del todo el tamaño
de la situación y el alcance de sus acciones. “Lo sabías y no me dijiste.”
Hablaba con desesperación, la voz se le cortaba se le amontonaba la sangre en
la cabeza. Los ojos se le inyectaron de rojo “¡¿Por qué no me dijiste?! ¡¿Por
qué?!” Le salían las primeras lagrimas. El primer puño sobre el escritorio, la
cara roja y el alma en trizas. Buscaba con desesperación una solución, al final
que con toque ajedrecista había programado. Pero no la había. Estaba todo
listo, la maquinara andando y ni él mismo podía detenerla.
“¡¿Por qué?! ¡¿por qué demonios por qué?!” se preguntaba y
la canción se preguntaba lo mismo. El solo de piano con su tono repetitivo era
la única respuesta que recibía.
La canción se aproximaba a su fin y la respuesta iba
emergiendo de su mar de intrigas y dudas. Lo iluminaba y le explicaba con
calma, como era la única salida. Se dio cuenta como había quedado en jaque en
su propio juego de intrigas y como sólo ese sacrificio habría de salvar su
vida. Aunque significara vivirla sola a partir de esa noche.
“No había otra forma” Dijo al fin. Y terminó la canción. El
tornamesa se detuvo el silenció cayó sobre la habitación. Todo caía en su
lugar. Todo se explicaba a si mismo. Solo le faltaba entender… “¿Por qué me
salvaste? ¿Por qué lo hiciste?”
Se tiró al piso recargado sobre su sillón. Volteó al vaso
con ira y apretándolo con su mano derecha, lo rompió en su mano. La sangre se
escurría por el dorso de su mano, mezclándose con el licor. Sangre oscura,
sangre de muerte y de traición ¿Por qué a él? el más miserable de los humanos
¿por qué, a pesar de sus oscura intenciones, a pesar de su alma negra, por qué
se había sacrificado para salvarle, por qué?
Le dio una mirada despectiva a su mano ensangrentada y se volvía
al cuadro “¿Por qué me amabas tanto?” Y rompió en llanto.
La noche enmudeció. En el reloj sonaron las doce de la noche
y lo que ya era inevitable, de volvió una realidad. Quién yacía en el suelo dio
un grito de dolor, seguido de agonía, terminado en muerte. “¡No!”, gritaba
“¡Noo!”, lloraba.
Tan pronto terminaron las doce campanadas el cuadro se cayó,
con un ruido sordo golpeó el piso y terminó sobre la chimenea, ardiendo al
instante.
no entendí ni madres :1
ResponderEliminarDebo admitir que me confundió un poco al inicio... pero.. tiene algo en su tono melancólico.. sumado a tener la sonata de fondo mientras leía... que me gustó... supongo que de cierto modo.. se siente esa frustración del personaje..
ResponderEliminarBetty
es como uno de esos hijitos que no debían nacer
ResponderEliminary los haces venir a fuerza
y en lugar de dejarlo en la casa para que nadie lo vea
lo sacas a pasear por el parque
y llega el eufemismo típico. pero que bonito... que bonitos ojos tienes....